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El día en que el fuego trepó a la alta montaña

El día en que el fuego trepó a la alta montaña

Un incendio arrasó hace 60 años una gran parte de la pequeña localidad de Suarbol, en el municipio berciano de Candín

d. álvarez

Sábado, 25 de febrero 2017, 13:13

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El 28 de febrero de 1957, la pequeña localidad de Suarbol, situada a más de 1.000 metros de altitud en el municipio berciano de Candín, disfrutaba de un inusual día de sol y altas temperaturas. Sobre las 13 horas, una de las tradicionales lareiras proyectó unas ascuas hacia el techo de una de las pallozas que existían en aquel entonces. En poco más de 25 minutos, el viento provocó que las llamas se extendieran, destruyendo más de la mitad de las casas que existían. Hoy, 60 años más tarde, los vecinos recuerdan aquel episodio y reclaman a las administraciones que actúen para evitar que una situación como ésa pueda repetirse.

La prensa de la época cifró las pérdidas en más de millón y medio de las antiguas pesetas y remarcó que, de las 23 casas que formaban el pueblo, 15 quedaron destruidas. La construcción de las viviendas, de tejados de paja, materia de gran combustibilidad, y el fuerte viento reinante, hizo que el siniestro alcanzara rápidamente extraordinarias proporciones, entre la desolación del vecindario que veía perderse sus viviendas y cuanto en las mismas encerraban, puede leerse en un artículo fechado al día siguiente del incendio, que arrasó también ropa, muebles, aperos de labranza, alimentos e incluso cabezas de ganado.

De las tres familias que hoy en día habitan el pueblo durante todo el año, sólo José Quiroga, presidente de la Junta Vecinal, estuvo presente en aquel día de 1957. Yo tenía cinco años y recuerdo que nos mandaron por el camino adelante para que no nos pasara nada. También me acuerdo de la gente subida en los tejados, intentando apagar el fuego, explica. Por su parte, Esperanza Alonso tenía 13 años cuando el fuego hizo acto de presencia y vive, desde la década de los años 60, en Barcelona. Pasé mucho miedo, mi padre vino a sacarme de casa, a mí y a los terneros, porque nos hubiéramos quemado dentro, explica aún sobrecogida. De nuestra casa no quedó nada, quemaron cuatro techos de paja. No hacíamos más que llorar. Siempre que vuelvo al pueblo me acuerdo del incendio porque lo pasamos muy mal, recuerda.

Álvaro Lombardía, que tiene ahora 66 años, tiene marcada en su memoria la explosión que se registró en una de las casas afectadas, en la que se guardaba dinamita para utilizarla en la mina. Escuchamos una explosión y vimos que la casa de Alonsico había saltado en llamas y había prendido en las casas cercanas. En un par de horas se convirtió todo en ceniza, lamenta. De ese día, su mayor recuerdo es el del olor a sarrio y carne quemada, a causa de los cabritos que quedaron atrapados en la casa en la que se iniciaron las llamas. Luis López, que también era un niño en aquel entonces, recuerda como su padre le obligó a llevarse los terneros al camino de debajo de la iglesia y los bramidos del ganado que bajaba del monte, extrañado por las llamas. Al volver ya estaba todo destruido. Destacaba el olor a carne quemada, coincide.

Para luchar contra el fuego, los vecinos desviaron el cercano río Ricobo por el interior de la localidad, tal y como recuerda Álvaro, que conserva la imagen de su padre echando cubos de agua en el techo de las pallozas. Las últimas casas en quemarse se pudieron apagar gracias al agua del río, que habían desviado al pueblo. De esta manera, se pudieron salvar las demás casas. Con el agua cerca, donde prendía lo apagaban, explica.

Venta de madera

El incendio se produjo el mismo día en que los vecinos se reunían para acordar la venta de la madera obtenida en los terrenos comunales, lo que posibilitó que se organizasen rápidamente para tratar de impedir que el fuego devorase la totalidad del pueblo. Menos mal que coincidió con una reunión, en el corral de Cadenas, de todos los vecinos por la madera que se había vendido a una empresa de Ponferrada. Entonces, salieron todos a ayudar y a sacar las cosas de las casas, con el riesgo que supuso. Pero por suerte no salió nadie herido, relata Luis.

En la misma línea, Álvaro recuerda que estaban todos reunidos por la venta de la madera, ese día había mucha gente de fuera, incluso de la Diputación, que fue razonablemente a favor ya que recibieron las ayudas muy rápido. Las tareas de extinción contaron, además, con la ayuda de los habitantes de las localidades cercanas -Piornedo, Moreira y Balouta-, que colaboraron con los lugareños para evitar que el pueblo quedara totalmente arrasado por las llamas.

Proceso de reconstrucción

Una vez extinguido el fuego, muchos de los vecinos se habían quedado sin nada, recuerda Álvaro. El resto pudieron salvar muchas cosas que tenían en los cuartos que tenían techos de losa, explica. Su padre, Jaime Lombardía, recuerda que aquel día los hórreos quemaron con las matanzas hechas. A los que les quemaron las casas, se quedaron con lo que tenían puesto. Quemaron patatas, centeno, la carne de la matanza todo, recuerda con lástima. Esa situación es la que le tocó vivir a la familia de Esperanza. Nos trajeron comida que dejaron en la iglesia para repartir. Había queso, mantequilla Estuvimos viviendo en otra casa durante tres años, hasta que pudimos construir la nuestra, relata.

En cuanto a los trabajos para volver a la normalidad, los vecinos recuerdan que la empresa que compró la madera del pueblo trajo pizarra para ayudar a la reconstrucción, sin cobrar los portes. Trabajamos mucho, bajando piedras del monte con carros y vacas. Se contrató a canteros para trabajar la piedra y hacían vida con nosotros, recuerda Jaime. Además, todos destacan la colaboración del empresario Domingo López, natural de la cercana localidad de Lumeras y que explotaba minas de carbón en la zona de Fabero. López, que ayudó a los vecinos desahuciados, se convertiría años más tarde en uno de los banqueros más importantes del país al ser cofundador del Banco Industrial de León y presidente del Banco de Valladolid.

Respecto a las autoridades, Jaime, que contaba 32 años el día que se produjo el fuego, recuerda la presencia del gobernador de León en la zona. A los que les quemó les dieron bastante dinero. La venta de la madera nos ayudó mucho. La repartimos a partes iguales. Costó mucho volver a reconstruir todo, cerca de dos años, explica.

Miedo a que se vuelva a producir

Los vecinos de Suarbol recuerdan que el año pasado otro incendio amenazó a la localidad, aunque las llamas pudieron extinguirse antes de que afectaran a las viviendas gracias al agua extraída del único pozo cercano, situado en la vertiente gallega de la sierra. En unas cartas con destino a la Dirección General de Medio Natural de la Junta, el presidente de la Junta Vecinal recuerda que la localidad forma parte de una zona de alto riesgo de incendio y reclama que se pongan en marcha las medidas necesarias en materia de prevención para evitar que un nuevo fuego asole el pueblo.

En ese sentido, los vecinos consideran que los accesos a la localidad son insuficientes para el transporte de los medios de extinción y exigen el desarrollo de áreas de cortafuegos, la creación de una serie de puntos de agua y el establecimiento de puntos fijos de vigilancia en la zona. La respuesta de la Administración autonómica a esas demandas admitió una enorme preocupación porque la localidad está en una zona protegida de gran interés ecológico. Al respecto, la Junta recordó a los vecinos la existencia de un puesto de vigilancia, con un camión autobomba y una cuadrilla terrestre, que cubre la comarca de Vega de Espinareda, además de que la zona está en el radio de actuación preferente de los helicópteros que tienen su base en Cueto (León) e Ibias (Asturias).

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